Extracto del Capítulo 3 de:
Parselis, M. (2018). Dar sentido a la técnica ¿pueden ser honestas las tecnologías? Madrid: Organización de Estados Iberoamericanos – Catarata. ISBN: 9788490974742
¿Por qué deberíamos aceptar sin ningún tipo de pregunta el escenario que plantean los tecno-optimistas? ¿Por qué deberíamos asumir que el desarrollo tecnológico no puede hacerse de otro modo? ¿Por qué deberíamos aceptar que el sentido de la técnica esté solo en manos de los profesionales? ¿Por qué deberíamos adecuarnos a un modo de vida sobre el que no hemos podido emitir ninguna opinión?
La respuesta más sensata a todas estas preguntas es porque mantenemos los modos y el sentido del desarrollo tecnológico actual. Esto se traduce en criterios de desarrollo alternativos. Criterios que permitan que podamos intervenir en el rumbo tecnológico, nada menos que para decidir nuestro modo de vida.
¿Por qué?
La técnica es un rasgo antropológico. Las críticas al modo de producción tecnológica nos indican distintos modos de extrañamiento que tenemos frente a la tecnología. Nuestra relación con los artefactos incorporan la dimensión subjetiva, interpretativa e intersubjetiva frente a ellos. Cada una de estas escalas propone análisis de fenómenos distintos, pero que no son independientes. Si asumimos que como humanos hicimos y haremos actividades técnicas no parece posible, y no parece deseable, que dejemos de hacerlo a pesar del conjunto de críticas con respecto al modo en que lo hacemos.
¿Para qué?
¿Podemos continuar con nuestro desarrollo tecnológico desentendidos de lo que pudo hacer en nosotros las tecnologías que hicimos previamente? En otras palabras, ¿qué responsabilidad estamos asumiendo por las tecnologías que producimos?
Dado que a partir de la influencia sobre nuestro imaginario y debido a que estamos extrañados de cómo son y cómo se producen las tecnologías de las que dependemos, biológica y culturalmente, nos encontramos con un serio problema para decidir legítimamente sobre lo deseable, porque eso está previsto (¿precorporado?), y por más resistencias focalizadas que se manifiesten, estadísticamente muy poco ha cambiado. Deberemos buscar la forma de dar sentido al desarrollo tecnológico dado que la técnica es esencialmente humana y modifica nuestro modo de estar en el mundo. Lo que está en juego es el modo en el que hacemos tecnología.
¿Para quién?
Si nuestras representaciones sociales sobre la tecnología incorporaran alguna categoría que diera cuenta de a costa de qué obtenemos algo que queremos, estaríamos en condiciones de evitar prácticas opacas. Esta, de por sí, ya es una buena razón para fomentar la difusión de la cultura tecnológica general, que nos habilita a discutir sobre el sentido de la técnica.
Para atravesar el límite entre consumidores y ciudadanos, solucionistas y makers, curiosos y hackers, necesitamos reconocer a un “otro” como figura involucrada dentro del campo de nuestra capacidad de acción. La cultura tecnológica general hace visible al otro a través de distintos modelos para comprender qué es y cómo se hace tecnología, a la vez que incluye modelos de relación con el otro.
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