Con el coronavirus hay cosas que se notan menos

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Con la consigna de quedarse en casa, la percepción de la calle cambia. Si lo que no se ve no existe (discusión filosófica aparte), lo que quedó en la calle y no vemos… probablemente haya dejado de existir. Latinoamérica, poco más, poco menos, es un continente con bajos niveles de equidad, aunque con vocación (al menos en su imaginario) de servicios universales como los de salud. Buenos Aires (Ciudad y Conurbano) es un complejo entramado urbano, también con muchas desigualdades, y de una escala de lo que llamamos “megaciudades“, lo que contribuye a enfrentar problemas diferentes que los que se plantean en ciudades de escalas más pequeñas (o “ciudades de escala humana” como dicen algunos).

Además de la evidente ocupación más densa del territorio, hay actores urbanos que habitualmente “no vemos porque no queremos”, pero que hoy no vemos efectivamente, como las personas situación de calle o las personas que realizan actividades de supervivencia informales, como los cartoneros.

Cuando discutimos sobre el consumo del ancho de banda y compartimos herramientas online para seguir trabajando desde casa todos ellos se vuelven invisibles, ya no por ignorarlos, sino porque directamente desaparecieron de nuestro paisaje en cuarentena.

 

Los que habitan la calle

Diogenes y el Linyera

Diógenes y el Linyera, Wikimedia Commons

Carlitos (nombre de fantasía) todas las mañanas visita alguna canilla del barrio para asearse. A veces en un edificio que llamaríamos “de lujo” y otras en una calle empedrada y tranquila donde hay un par de casas con canilla accesible desde la vereda. Pasa el día caminando por las mismas calles que camino. Por las noches, y sin mediar palabra, se acerca a algún local de comidas y recibe una bandeja de cartón con una ración. Carlitos se asea bajo la ropa sucia, y no tengo claro cuál es la alternativa al banco de plaza donde duerme cuando hay tormenta. Al banco de la plaza todavía no le llegó el diseño “anticiruja” que podría ser la variante lunfarda de la arquitectura hostil. Habla muy pocas cosas ininteligibles, y no parece mal tipo. Cuesta comunicarse con él, aunque es un vecino cotidiano.

Jorge (nombre de fantasía) duerme bajo un balcón. Y duerme mucho. Tal vez por subalimentación, porque nunca vi alcohol o sustancias cerca de su cartón y su frazada. De día no se dónde está. De noche se cobija y a veces un vecino le da algo de dinero para que compre algo para comer.

Manuel (nombre de fantasía) tiene dos paraderos. Duerme bajo la ochava de una agencia de la AFIP (donde las personas pagan impuestos para… ¿resolver problemas de las personas que no pueden pagarlos?). Pasa sus días leyendo un libro, que a veces recita en voz alta en un lenguaje que no logro comprender. Pero otras veces toma su caja de madera con piezas de ajedrez y juega con su tablero desplegado a un juego alternativo que a todas luces no tiene lógica. A veces desarrolla su juego bajo la ochava de la agencia, y otras sentado en el cantero de un árbol frente a una casa que tiene una canilla en la vereda. Esos días se lo ve limpio.

Pedro (nombre de fantasía) tiene un chango viejo de supermercado. Mediano. El chango carga algunas bolsas, algo que parece una frazada y algunos objetos de metal y plástico largos, con forma de vara. Pedro no habita mi barrio. Aparece circunstancialmente y circula con su chango por la vereda. Pero Pedro no está dentro de sí. Pedro interactúa con los demás. Hay algo en él que le genera ira. Una vez me corrió con un fierro para pegarme, sin ninguna razón, al menos alguna que yo pueda entender.

Carlitos, Jorge, Manuel y Pedro, ¿están en la calle?. No se. Estoy en mi casa encerrado.

 

Los que quedaron en la calle

familia en la calle

Alem al 800. Foto de @EMarsimino en Twitter

No es lo habitual en mi barrio, pero en zonas céntricas hay familias en la calle. Son miles de personas. Si bien hubo antes, en 2001 fue terrible. Se suponía que luego de esa crisis espantosa algo cambiaría, y cambió relativamente. Es cierto que hay organizaciones de la sociedad civil más “profesionales” y que atomizadamente hay más contención, pero nuestra deriva económica no logra sostener la cosa, y por épocas sostiene menos. Comer gracias al favor de un restaurante cercano o una parroquia, dormir con los chicos en la calle. Vi cómo intentan que los chicos lean con cuentos que posiblemente les hayan regalado, los hayan encontrado en un container, o hayan cargado entre las muy pocas cosas que se han podido llevar cuando el destino era la calle. Mientras se escucha que “mi hijo está todo el día con el iPad”, de ellos no se escucha nada. Solo cada tanto un débil “¿tiene algo para darme?”

Algunos hacen giras casa por casa “Hola, disculpe que lo moleste, ¿tiene ropa para regalar?”

Estos días no sonó el timbre.

 

Las changas de la calle

El Papu y su parrilla movil

El Papu y su parrilla movil

“Somos de la recolección, le traemos bolsas verdes para reciclaje”. No son recolectores de residuos. Y además sacaron el container de reciclaje hace meses.

“Le arreglo la vereda” dicen del otro lado de la puerta dos personas de mediana edad con casco y ropa vieja de obra. Llevan una carretilla torcida cargando pico y pala. Gracias, pero por ahora no. Alguien les dijo que sí, y vi al salir de casa que algunas baldosas de mi vereda que se soltaron por las raíces… desaparecieron…

“Medias, repasadores” es una frase sorpresa mientras caminamos por cualquier calle de la ciudad. También hay chicles, elementos de mercería y todo tipo de bolígrafos, publicaciones infantiles y obras de poesía que el propio autor reparte en el Subte. Inmigrantes que con buen ritmo se entremezclan con viejos amantes del rock o cantantes de tango en estaciones y vagones. Niños que dejan algún producto, una estampita, o una fotocopia recortada explicando su situación en las rodillas y las pasan a buscar, pocas veces cambiadas por algo de dinero. No videntes, y presuntos enfermos. Tortillas al carbón cerca de las estaciones. La cafetera que también vende los de jamón y queso en la puerta de las obras (usualmente con mesas que le fabrican sus propios clientes). Anteojos, zapatillas y carteras en mantas de vereda con sogas para ser levantadas ante el menor movimiento de control. Entre mil changas callejeras.

Presumo que hoy no están.

 

Las sobras en la calle

cartoneroEl cartoneo no es nuevo, pero desde 2001 se constituyó como un medio de vida para muchos. Demasiados. Escandalosamente muchos.

Comparten el mismo espacio de las sobras urbanas con los que buscan comida. Unos buscan orgánicos “aptos” para comer, y los encuentran porque Occidente tiene el mal hábito de tirar mucha comida. Los cartoneros buscan aquello que pueda tener algún valor, que siempre es poco, para vender (en principio) para ser reciclado. Algunos gobiernos locales formalizaron esta actividad bajo eufemismos como “recuperadores urbanos” que en criollo es revolver basura.

Todo sirve. Lo reciclabe es el cartón, el papel y algunos metales, pero suelen cargar heladeras, televisores, muebles y colchones. Si no se venden pueden servir en sus casas.

Durante la cuarentena hay sobras, pero ¿están los que viven de ellas?

 

La cena de la calle

esclavas recoleta

Iglesia de las Esclavas, curiosamente es difícil encontrar fotos con la fila de personas esperando su plato de comida . Foto: https://baiglesias.com/

Cada tanto advertimos a alguien que vive en la calle. Seguimos caminando y tal vez encontramos otro. Podemos contarlos en una especie de estadística nada rigurosa. Pero se entiende mejor cuando se juntan. Allí se ve la magnitud de los que buscan un plato de comida.

La Plaza Vicente Lopez está en el barrio de Recoleta, uno de los más caros y selectos de la Ciudad de Buenos Aires (muy europeo, además). Está muy bonita, y en sus alrededores hay bares y restaurants en los que un café equivale a un varios días de transporte público, y algunos presentan menúes muy estudiados. En la plaza convergen varias calles con tradición y aires sofisticados. Vicente Lopez hacia el Cementerio de la Recoleta, Arenales hacia 9 de Julio, Las Heras… Una fundación famosa que tiene espacios de muestra (usualmente buenas), y varios locales gourmet.

En un borde de esa plaza, de la vereda de enfrente, todas las tardes se forma una larga de fila de personas que esperan un plato de comida sobre el frente de la Iglesia de las Hermanas Esclavas del Sagrado Corazón (las mismas del Colegio frente a la Abadía y San Benito en Belgrano, en rigor Palermo). No son las únicas, esto se reproduce en Flores (el barrio de nacimiento del papa), Caballito, San Cristóbal, Congreso y cada barrio porteño. Cuando se ve la fila, se ve la magnitud del hambre en la calle.

Elegí Recoleta, porque tal vez es el lugar donde las diferencias son más claras. Pero en los barrios pobres, dentro de la ciudad y en el Conurbano, hay cientos de centros que preparan comida para que muchísimas personas tengan una cena, usualmente su única comida diaria.

¿Dónde comen hoy?

 

Las calles sin calles

villa 31 Buenos AiresLa calle dentro del trazado urbano no es la misma calle que en lo que en Argentina llamamos Villa Miseria. Hay algunas calles, sin el trazado de los barrios, hay pasillos angostos, escaleras, y una trama que es difícil de memorizar. Hay un límite callejero entre las villas y el resto de la ciudad. Suele existir una “zona gris” como “de frontera” que marca sus límites. Decirlo de este modo parece antipático, pero es una frontera de muchas cosas. Algunas evidentes: infraestructura, salubridad, normas de edificación, etc. Una microciudad dentro de la ciudad. Pero hay fronteras menos evidentes establecidas por normas distintas a las del exterior. Por eso los narcos aprovechan estos espacios para intentar colonizarlos con sus propias normas. La vida comunitaria es muy distinta, de hecho suele ser más solidaria y comunitaria que en la ciudad urbana que la contiene.

La idea de “mi casa” (entre otras cosas muy asombrosas) es “mi casa conectada con el afuera”. No existe “mi casa” sin el afuera, es entendido de una forma muy distinta a “mi casa” y “la calle” en cualquier otro barrio. Lo que se haría en el living, puede hacerse en forma pública o semi-pública en estas microciudades. ¿Cómo controlar el distanciamiento social en este caso?

Hasta ahora lo que vemos es desobediencia a la cuarentena por parte de algunos. Lo que no vemos son los habitantes que están asustados y que en muchos casos no tienen ni donde lavarse las manos.

 

El recorrido de la calle

plaza de mayo en cuarentena

Foto: Natacha Pisarenko

Buena parte de los que mantienen la vida de los que estamos en cuarentena necesitan estar en la calle en algún momento, como mencionamos en el post sobre las cosas que se notan más con el coronavirus. Ellos son los inmigrantes/emigrantes entre la cuarentena y las calles. Son los que pueden contarnos qué pasa afuera, y qué pasa con los que no vemos más. Nuestros informantes, los buchones de la realidad más allá de nuestro consumo de entretenimiento.

Entre ellos están los periodistas. Todos los medios en forma insistente no dejan de hablar de la cuarentena. Escucho mucha radio (siempre dije que es el mejor medio masivo que existió), y no tengo TV, aunque cada tanto veo algunas transmisión online unos minutos. Los periodistas tienen autorización para estar en las calles y hacer sus coberturas. Claramente son factores de entrada/salida del virus en sus hogares. Sin llegar a ser cronistas de guerra están muy expuestos y ayudan a comprender qué pasa afuera, además de reposicionarse en su función social (tan mal entendida los últimos años en Argentina), a veces informando, otras concientizando. No muchas veces mostrando a los habitantes de la calle.

La insistencia a través de los medios ayudó a que la cuarentena, a pesar de que hay más detenidos que infectados por violarla, tenga éxito, al menos en la Ciudad de Buenos Aires, y no tanto en algunas áreas del Conurbano. También cubren a los que pretenden hacer su vida como si nada pasara… picaditos de futbol, asados familiares, fiestas, entre otras locuras de algunos rebeldes.

Si ellos no los muestran, no tendríamos idea sobre estos locos.

Lucas (nombre de fantasía) es el cartero. Seguramente cada tanto pensará que su trabajo dejará de existir y probablemente desee que eso ocurra luego de su edad de jubilación. Como empleado del Correo Argentino tiene sus derechos y aprovecha el tiempo ocioso. Tiene todos los rasgos de la Quebrada, y me contó que sus padres vinieron a BA desde Jujuy, que él nació acá, aunque viaja cada tanto para visitar a su familia. Va en auto, y el viaje es largo. Compartimos comentarios de muchos lugares y nos reímos de las anécdotas de viaje. Seguramente reparte menos correspondencia que hace unos años, y espero que la digitalización le de tiempo suficiente para jubilarse.

Tampoco se si está recorriendo el barrio. Bajo la puerta no hay novedades.

Los recolectores de residuos son más visibles, como escribí en el post sobre lo que se nota más con la cuarentena forzosa. Pero los barrenderos no lo son tanto. Por alguna razón los van rotando, y eso dificulta seguir las conversaciones. Lo mismo ocurrió cuando cambiaron a los recolectores con los que ya es difícil cruzar palabra porque frenan solo delante de los contenedores. Por casa hay dos turnos de barrenderos: cerca del mediodía y cerca de la 1AM. En el turno diurno tengo menos posibilidades de conversar que en el nocturno. Ellos recorren cada cuadra, y trabajan en esa frontera entre la vereda y la calle que muchas personas utilizan como una banda de basura (en una ciudad plagada de tachos). En otoño me explican que también barren mi vereda porque sino “todo es al cuete”.

Seguramente hoy tienen mucho menos para barrer, pero los escucho vaciando los tachos que durante esta cuarentena solo deben contener caca de perro.

 

El choreo de la calle

motochorrosLos motochorros la tienen difícil en cuarentena. Los pungas también. Aquellos que chorean pero sin hacer inteligencia, más bien son expertos en identificar oportunidades. Los que nos sacan la foto y entienden inmediatamente las situaciones de distracción y las vías de escape. El chorro que hace inteligencia es más paciente.

La ciudad sin gente los deja en evidencia. No pueden “trabajar”, no hay distraídos y se los identifica desde lejos, no pueden confundirse entre otros ni escapar entre el tráfico.

Pero cuidado, van a domicilio. Que no te hagan el “cuento del tío” para que les abras la puerta.

 

El sexo sin traslado

cybersex cibersexoPara el sexo se inventa todo. Hay informes que muestran el aumento de venta de juguetes sexuales en cuarentena. No es nuevo que haya personas que comparten juegos online como el sexting, experiencias con realidad virtual y manejar juguetes a través de apps en forma remota. Lo que es nuevo es que haya tanta gente que no pueda trasladarse para tener sexo. Esto se convirtió en una conversación habitual en las redes en cuarentena. Desde parejas que acuerdan “cómo”, a otras que buscan formas de traslado a pesar de todo. Es probable que con el encierro entre Tinder y Happn muchos “conozcan mejor” a sus vecinos, incluso organizando eventos sin salir a la calle (por eso en Bélgica terminan prohibiéndolo aunque puede ser fake, además de lo obvio en Holanda). Desde ya que la prostitución probablemente tiene menos actividad que los subtes.

Más allá de la creatividad en cada caso, y de los consejos que aparecen en todas partes, hay casos muy interesantes. Me contaban que dos personas que se conocieron en Happn vivían a unas cuadras, y los agarró la cuarentena. Dos adultos con sus respectivas casas y familia. Imposible pasar la cuarentena juntos. Imposible visitarse de contrabando porque los hijos están todo el día. Preventivamente mejor no visitarse por contagio. Encontraron una forma, nada romántica, de verse: se encuentran y se saludan a lo lejos en el chino.

Se hace lo que se puede, parece ser la frase del momento.

 

La calle, límite entre papá y mamá

Los hijos quedan en el domicilio en el que estaban cuando se inicia la cuarentena. Y no sabemos cuánto tiempo durará. Como es una situación de excepción, el contrato de divorcio no cuenta. No hay posibilidad de continuar con el régimen de tenencia. La excepción es un traslado por única vez por razones de fuerza mayor con Declaración Jurada. Hay videoconferencia y otras formas de contacto. Pero (dedicado a los que ven en nuestros dispositivos una fabulosa forma de comunicarnos) sepan que abrazar a los chicos no se parece en nada a algunos mensajes por Whatsapp.

Se parece al desierto de la calle, pero dentro de casa.

 

La velocidad de la calle

Pienso esto hace rato: las grandes ciudades fagocitan los eventos muy rápidamente. Los que fuimos testigos de algo (alguien atropellado, asaltos, etc.) vemos que al volver al lugar en poco tiempo (media hora) todo se desenvuelve como si nada hubiera pasado. Esto fue tratado por varios autores cuando ya vislumbraban las ciudades modernas hace algo más de un siglo.

Las ciudades grandes no dejan ver claramente a los agentes de la ciudad. Hay que hacer mucho esfuerzo para verlos, identificarlos y caracterizarlos. Es lo maravilloso del anonimato de la calle que tanto amamos los que tenemos costumbres de flaneur. Por eso con la cuarentena vemos a muchos que no veíamos tanto. Lo que ocurre simultáneamente es que los que ya se veían poco hoy no están.

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