No soy un analista político, ni lo quiero ser. Pero sí soy un ciudadano argentino, circunstancialmente como todo ciudadano de cualquier país, y tengo mi DNI (que afortunadamente todavía no tiene mis datos de AFIP y ADN en un chip vulnerable).
Como ciudadano estuve obligado a votar, varias veces, y estar expuesto durante todo 2015 a los mensajes salvajes de una campaña política que definía el fin de 12 años de una lógica de gobierno (más o menos) coherente solo consigo misma. Por supuesto que hay salvedades entre los períodos 2003-2007 y 2011-2015, y son muchas, desde el valor internacional de commodities, el recrudecimiento de ISIS, quebrar las cuentas públicas en una gestión que desprecia el estado patrimonial de los ciudadanos, o la irresponsabilidad de otorgar indiscriminadamente algo finito, que se termina, que no es sustentable.
Pero una nueva etapa es en parte una construcción formal. Lo nuevo que pueda venir no está desconectado de los años precedentes. Años que se caracterizaron mediáticamente como de aparición de la famosa “grieta”, una idea que en el fondo describe el modo en el que un gobierno apropiando el estado ha excluído de toda discusión a aquellos no afines a sus slogans. Slogans porque en las insistentes cadenas nacionales, cargadas de niveles de ironía intolerables para un gobernante, todo se jugaba entre dos o tres palabritas, y a lo sumo una oración. Su significado siempre estuvo asociado a los que están con, y los que están en contra. En “contra” se transformó en una práctica habitual de construcción de un enemigo, que luego escalaba en su peligrosidad hasta que se convertía ya no en enemigo de una idea o una decisión de gobierno sino de la patria misma.
En cada discurso oficial me pusieron del lado del enemigo. Y esta falta de autonomía básica frente a la imposición de copar el espacio de los medios para marcar permanentemente el lugar donde me ponen unilateralmente es tal vez una de las críticas más feroces a un gobierno que fue coherente con el convencimiento de que hay una reina que gobierna y que nadie más está a su altura. Por lo tanto, no es descabellado pensar que unos cuantos nos cansamos del desprecio y el maltrato. Porque una cosa es ser ciudadano y otra distinta es ser súbdito. A esta altura de la historia me parece increíble que aún en una república haya actitudes monárquicas. La madre, que tiene hijos preferentes, e hijos que odia, es amada, y odiada.
Claro, es que un presidente no es un padre o una madre… Hasta los peores padres pueden ser queridos, hay una base de afecto explicado incluso desde lo biológico. Pero la política no es afecto. O mejor dicho, hay que dosificar y cuidarse cuando el afecto tapa a la razón. Nadie niega que uno tenga empatía con un político (me cuesta creerlo, pero es un hecho). Pero cuando ese afecto neutraliza nuestra capacidad crítica surge el fanatismo, cuyos efectos hemos visto sobradamente en cada aparición pública, e incluso tomando baños refrescantes en la fuente del patio de los naranjos de la Rosada iluminada como la casa de Barbie.
Hay slogans patrióticos, económicos, militantes… recuerdo “desendeudamiento” que es algo discutible, “recuperación” como un modo engañoso de plantar como significado la idea de “estatización” y esconder lo concreto de la “participación accionaria mayoritaria”, “soberanía” para justificar los bloqueos de importaciones para esconder la falta de dólares, “inclusión” en contra de toda medida de pobreza que multiplica los (pocos y poco confiables) datos oficiales, “aumento de salarios” que es consecuencia de que el peso vale menos por inflación, en fin, la lista es interminable. Detrás de cada uno de ellos, quienes advertimos algo fuimos etiquetados como “cipayos”, “vende patria”, “gorilas”, “individualistas”, “light”, “destituyentes”, y toda clase de descripciones asociadas a una idea un tanto abandonada a esta altura al menos en el ámbito académico: tenemos la cabeza podrida porque consumimos medios opositores. Esto abre un capítulo completo sobre adueñarse del espacio público de los medios, pero ni siquiera vale la pena… ya vamos sabiendo que 678 no sigue, y entonces ya no tendremos la miserable exhibición pública y el apedreamiento público (cosas retrógradas si las hay) a quienes no están de acuerdo con algo.
Es un comienzo, si la TV Pública se vuelve realmente pública comenzaríamos a poner nuevamente un límite sano, que no es más que el convencimiento ideológico del gobierno no puede ser hegemónico/único en medios que pertenecen a todos los ciudadanos.
Ganó Macri, sucede a Cristina, es un hecho. Me pueden explicar que los hechos se construyen, me pueden hablar de las campañas, los errores, los cansancios, etc. Pero el hecho es que asume un nuevo presidente. Un barrido por los medios argentinos da cuenta de nuevas personas, ideas, transición, mezquindades, expectativas, y también residuos de campaña como las simplificaciones (hoy inaceptables) sobre las características de un gobernante y otro.
Lo correcto es que todos esperemos que le vaya bien, para que nos vaya bien. Frase trillada, gastada, y a veces mal utilizada. Creo en esa idea de los primeros 100 días. Yo no se si Macri gobernará bien, tampoco se si la gobernabilidad está pactada o todavía hay que trabajarla mucho, tampoco si el gabinete podría ser mejor o si funcionará como equipo. No se nada, de ahí mi “qué se yo”
Paradógicamente la racionalidad de enfrentar la incertidumbre se aplaca con irracionalidad, con confianza, con humor. Yo estoy del lado de la incertidumbre, pero es cierto que hubo un cambio de humor, probablemente porque se terminó un año marcado por las (insoportables) campañas, pero intuyo que se percibe el levantamiento de una presión que ha sido permanente sobre nosotros, la agenda presidencial tenía tal grado de presencia y con tal vehemencia que era imposible no escucharla.
Los remanentes de la campaña mantienen la simplificación en los términos, una nac&pop y el otro vende patria de derecha, como si la izquierda y la derecha hoy significaran algo… o como si el peronismo, tan metido en nuestra racionalidad, pudiera encajarse en esas categorías. Un peronismo que además está en proceso de reconstrucción. Por lo pronto, si en finanzas no hay un ortodoxo, en el central un perro guardián, y en ciencia y tecnología la continuidad de (esta vez si) la recuperación del valor de la investigación y el desarrollo, no veo indicios de derecha, como no veía rasgos nac&pop cuando se pagaban tasas ridículas en dólares a tenedores de bonos, o cuando se favorecía a empresas concentradas.
Lo que viene es un “qué se yo”, no por las capacidades de los equipos, sino porque hay un estado de situación desde donde se arranca, y hay que observar un tiempo prudencial, 100 días o los que sean, para ver si todo funciona. Mientras tanto, estoy convencido de que la actitud más tóxica es ensuciar el primer diseño de un gobierno con las tonterías de campaña.
Ya que racionalmente sabemos que lo que viene es incertidumbre, reservemos algo de afecto, no vaya a ser que nos perdamos alguna grata sorpresa.