Guardo un tachito que una empresa privatizada había enviado para algún fin de año de los 90 con un pan dulce. El tachito está abollado como si un batallón lo hubiera pisoteado durante su marcha. Los bollos son míos, hechos en la calle, una y otra vez.
Diciembre de 2001 ya había comenzado con algunas medidas para frenar la fuga de dinero. Pero esto es una parte del problema, de hecho no comparto las afirmaciones simplistas de que la crisis argentina de 2001 fue un problema del “bolsillo”
Diciembre de 2001 es un momento cómodo para definir “antes y despueses” como si algún “todo” hubiera terminado o comenzado. De hecho hubo más continuidades que rupturas, las primeras no deseadas y las segundas secundarias.
EL 19 tenía algunas cosas en mi heladera para brindar por mi cumpleaños. No podía creer que realmente el “pueblo” en todas partes del país estaba unido haciendo un reclamo que todos valorábamos (había cientos de asambleas y cortes en todo el país). Esto no eran piquetes sectoriales, o un gremio pidiendo por su salario o un compañero preso, o por cualquiera de las razones (muchísimas veces mínimas) por las que varios años después cualquiera cortó cualquier calle en cualquier momento.
Había aroma a acefalía, que por primera vez sentí con mucha fuerza. Se podía tocar el sueño de barrer con la “clase política”, hacer desaparecer a un conjunto de personajes explotando un sistema que se habían hecho a su medida en 1994. No era Menem solamente, eran todos. Las asambleas tenían practica deliberativa callejera, no se trataba de eso que finalmente era una práctica política que tarde o temprano iba aseguir siendo funcional al sistema político de siempre (y sino, veamos los ejemplos de cómo los que emergieron hoy son políticos, algunos diputados, con caja y cierto grado de representatividad).
Todo quedó en la heladera porque entre temerosos y mi decisión de estar en la calle (por primera y última vez) mi cumpleaños sería abollar el tachito a puro grito.
Los medios tradicionales eran los que informaban, en la Web casi todos tardaban más en publicar que en emitir por radio y TV, los sucesos eran instante a instante, los medios en tiempo real fueron los protagonistas. No había Twitter, y no se podía chequear cuánto tardaba Wikipedia en actualizarse. Fernando De la Rua hablaba por cadena nacional, y cada frase hacía hervir más la bronca. En las calles los cantos de protesta se dirigían a los bancos, a Domingo Cavallo, y a “que se vayan todos”
Crónicas hay miles, tal día ocurrió esto y tal otro día aquello. La palabra “represión”, “popular”, “saqueo”, “confiscación”, “corralito”, y gran variedad de insultos y ridiculizaciones circulaban en las calles y en los medios. Algunos huyeron antes. No se iban con un proyecto de vida, se iban porque era insoportable seguir aquí. Otros huyeron después.
La convergencia de “malos humores” fue explosiva: los anti-menem juntaron sus fuerzas de 10 años de bronca, los pro-menem no entendían cómo en un par de años todo se había descalabrado, los moderados no toleraron que De la Rua no haya podido enderezar lo que se estaba cayendo visiblemente desde 1997. Todos tenían alguna razón para quejarse, que además coincidía con medidas que económicamente parecían ser razonables pero que socialmente no eran digeribles.
Poco trabajo, personas saqueando bolsas de arroz, ahorristas estafados (claro, técnicamente “estafa” sería otra cosa, y entre la cuestión de los encajes y la fuga todo puede explicarse… como siempre todo puede explicarse desde los bancos…), todo se dirigía al mismo punto: no los queremos, nos engañaron, no confiamos, no nos representan. ¿Que los saqueos fueron impulsados? ¿que los muertos de la Plaza fueron víctimas de una cadena de órdenes confusa/desobedecida? ¿que no se puede devolver el dinero que no se tiene?
El problema de poner al derecho por sobre todo es que todo termina en la judicialización, que para semejante fenómeno social refleja solamente una ínfima parte de lo que fue diciembre de 2001. La judicialización hace que todo vuelva a la normalidad: si hay cuestiones técnicas en los bancos, también las hay en la justicia, y los culpables e inocentes son nominales y funcionales a los procesos judiciales. La justicia es otra cosa. Luego de 2001 los juicios siguen siendo lo mismo, y los bancos también.
La Argentina “de mentira” de los 90 no es tan distinta que la Argentina actual. Ambas décadas construyen el mito del gobierno exitoso en base a la posibilidad de financiación de la construcción pública de ese discurso. Las fuentes de financiación son distintas, la lógica es la misma. El sistema es el mismo. Y los habitantes de ese sistema (los políticos)… también! Nada de lo que hizo crecer a la Argentina (quitando el efecto “rebote” obvio) durante los últimos 10 años hubiera sido posible sin el aprendizaje de los 90. En los 90 aprendimos que Argentina podía adoptar tecnología y crear servicios. El caso del campo tecnologizado es el único que exporta en serio, posible por los 90, cosechando en los 2000. Los servicios que se exportan se basan en las experiencias e infraestructuras de los 90. Los emprendedores aprendieron en los 90 y operan hoy. La demonización de los 90 como discurso mesiánico se contrapone con la vocación asociativa de los peronistas militantes hoy en el gobierno (que aprueban leyes contrarias a lo que ensalzan: sus ideas) con el gobierno de los 90. Son los mismos. No se fueron. Mismo sistema, misma lógica. Ninguna acefalía. Se salvaron del naufragio y repararon las naves hasta tener hoy una flota indestructible… como se percibía a la flota del 97.
Los amigos y enemigos políticos son circunstanciales, me causa mucha gracia cuando se agravian públicamente. Todos son socios potenciales. Luego están los grupos sushis, cámporas y demás sanguijuelas instrumentales. En 10 años hay algunos que murieron y otros que nacieron que aprenden a velocidades asombrosas los vericuetos de este espacio inextricable para todos los demás. Mientras tanto ahí están los pobres, los sin trabajo y los excluidos. Porque están, y son muchos, pero para saberlo hay que medir decentemente.
Claro que hay habilidad política: pegar donde duele, mostrar justo lo que está podrido, etc. La violencia y fractura será un costo. Criar cuervos siempre estuvo desaconsejado. ¿Qué habrá al final del ciclo? seguramente nada muy distinto a todo lo que puede dar asco de los 90. Otra continuidad. 2001 en Argentina es una demostración clara de cómo un sistema es capaz de sobrevivir. 10 años antes y 10 años después de 2001 el sistema es el que manda. Algunos lo llaman “representativo” pero a esta altura (y si viviste el 2001) esa nominación debería arrancarte una carcajada.
2001. Es una marca. Un estigma. Un momento en la historia que se identifica como singular, donde pararse para mirar hacia atrás o hacia adelante. Pero es un punto de continuidad también: el descabezamiento (la acefalía) del Poder Ejecutivo se resolvió constitucionalmente, y este es tal vez el único mérito de todos los que deberían haberse ido.
Trabajo hace más de 20 años. Los primeros fueron buenos, los segundos no. Me cuesta concebir que las mismas estructuras habitadas por los mismos personajes tengan el compromiso que queremos, salvo que vivamos (o provoquemos) algo que haga las veces de diciembre de 2001. En una de esas tendría otro gran cumpleaños.
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