Leyendo un link posteado por @gabrielcuri recordé que algún conocido por los años 90 me comentaba que no podía consumir públicamente productos de la competencia de la empresa en la que trabajaba. Eso significa algo así como que si trabajás para Coca-Cola no podés consumir Pepsi un domingo almorzando con tu familia en un restaurant. Sería similar a que si trabajás para Nike no puedas salir de tu casa con zapatillas Adidas. Sería parecido a que si trabajás en Ford no puedas comprar Citroën.
Significa, en última instancia, que sos funcional a una organización que gana dinero con tu trabajo, y que te retribuye por ello (más o menos justamente). Pero también indica que los intereses de una organización son más importantes que los tuyos, y que la libertad de elección debe subordinarse a su control. Si trabajás en un lugar así, la primera decisión sabia es pegar el portazo.
El artículo en cuestión tiene que ver con las cuentas en redes sociales en las organizaciones en general y en los medios de comunicación en particular. ¿Por qué tanto alboroto? porque, para variar, la cuestión de las marcas y su posicionamiento se impone por sobre lo que cualquiera de nosotros piense de ellas, del modo en el que se manejan, y por sobre las relaciones humanas que hacen que esas marcas existan. Entre estas variables hay mucho traspaso de los muros de las empresas, hay cuestiones internas y externas, algunas privadas y otras públicas. Lo increíble es que a esta altura del desarrollo de la Web las empresas pretendan que la realidad se amolde a sus viejos modelos y no al revés. Si alguien saca “los trapitos al sol” es porque hay un problema en la empresa, y si eso daña su imagen, pues mala suerte, en todo caso es una situación que se vuelve transparente.
Los contratos poco a poco comienzan a regular lo que no se puede regular, hay cuentas ghost y avatares falsos, como hay ex-empleados que ya no están alcanzados por los contratos, y una red entera que prefiere saber a no saber. El control de la comunicación de los empleados de una organización es lo que debe estar prohibido. El caso de los medios periodísticos es un poco más complejo, pero puede aplicarse este criterio general. La autorregulación es la salida, una persona comprometida con su organización sabrá cuál es el límite.
Todo esto termina en contratos que preveen mayor control, sin dudas. Pero también demuestra cómo se destruyen voluntariamente una serie de principios básicos de la red por algo que sólo interesa a una organización, que es sólo una parte circunstancial de la vida de las personas. En honor a intereses ajenos y banales (¿vender? ¿posicionar? ¿engañar?) se pretende cercenar la expresión de las personas. Yo no tengo dudas de qué es lo más importante en esta controversia.
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