Tenía una bicicleta roja. Los asientos de cuero con algunos remaches ya no se hacen más. Los puños del manubrio no eran los clásicos de bicicletería, todos iguales, sino que estaban bien diseñados y daban a este artefacto un aspecto diferenciado. Ya no tengo mi bici roja, mi primera bici, la compañera de los raspones sangrantes condición del aprendizaje. Con ella se fue un pedazo de mi vida, pero también se fue la oportunidad de mostrarsela a mis hijos, y se destrozó mi deseo de que la usen. Es un duelo. Lo que no puedo recordar es cuándo y en qué circunstancia algo tan valioso desapareció, y con ella todas las posibilidades de su compañía.
Treintitantos años pasaron desde que me la regalaron, y cuarenta desde que nací. Son muchos como para inventariar tantas otras cosas que desaparecieron y que me hicieron. Al muerto que se guarda en la memoria dicen que no desaparece. ¿Cuánto dura la memoria?
Parado en el medio de la vida, como se escuchó en los 80 por Seru Giran, me siento muy bien, decían. Incendiaría todos los libros de autoayuda y los horóscopos no por nazi sino por placer, porque algo de recuperar las cosas que dan placer se dispara por estas épocas. Las de los 40. Aunque me peguen, me echen, o me reten, seguía la canción. Es que te das cuenta de que viviste algunas cosas, eso, la experiencia. Te das cuenta de que aún no llegaste, como si alguna vez el mandato de llegar a alguna parte se cumpliera. Como si llegar fuera abandonar la experiencia que te constituye. Llegar es morir. Son épocas en las que esto aparece como posibilidad. Posibilidad natural más alla de la violencia con la que se ha diseñado nuestro entorno.
En grano grueso del nacer al morir hay una línea temporal, una línea tan lineal que da asco. En grano fino no hay ninguna línea, ni siquiera medio curva. Contar el derrotero de una vida siempre es aceptar la mentira, como es inexacto el relato estudioso y sesudo de las cosas. Nadie pondría en la biografía de Niesztche un juguete que lo haya marcado como mi bici roja, o algún secreto entretenimiento de Mozart mientras componía sus primeras obras maestras antes de sus 10 años. La bici roja de Einstein no se conoce, ni la de Heisenberg, ni la de Bohr, o el chiche mimado de Borges.
Después de algún tiempo todos tuvimos que aceptar que las cosas se van. Y las asociamos a otras pequeñísimas e insignificantes cosas que nos rodean hoy. Una brisa, un olor, un escalofrío. La mejor muestra de sensibilidad es negar que somos nosotros y las cosas, sino nosotros en relación con las cosas.
Las mejores mujeres están en mi familia. 40 años enseñan que una pareja no está en un estúpido San Valentín, que Papá Noel es un invento por poco cínico. Que un algo de 40 puede convertirse en otros 40 de una nada confortable. O de una nada en términos posesivos, que parece algo más sano. El confort, creemos, está en la posesión. La posesión está sintetizada en el shopping. Sus vestigios de responsabilidad se hunden en argumentos de libertad, igualito que en la política. Mientras todo esto se cae a pedazos tengo la imagen de que la complejidad de una sociedad no está en un sistema de gobierno, ni en estúpidos partidos políticos o gestiones de gobierno con gobernantes despreciables. La nada confortable tiene como condición necesaria pagar adecuadamente los costos de instrumentos financieros opacos.
Cortaría las luces de los shoppings y de los bancos. Por placer. Y porque los que venden ganan más que los que hacen. Por placer abracé a Wikileaks, y escupí a la farándula. Comprendí que justo y legal son dos términos que no coinciden comúnmente. Me ocupo por la ingestión, que no es lo light sino el placer y 40 restantes sin basura pegoteada en el organismo. Orden y desorden. Diferencié muy claramente entre artista y trabajador de industrias culturales. Me esforcé por ignorar las recetas para caer bien y entendí que lo que se disfruta es lo que está hecho con materiales nobles. Adormecí impulsos en favor de la racionalidad, y adormecí la razón a favor de otros impulsos. Cambié el mix.
Epocas raras las de los 40 sin mi bici roja. ¿Cuánto dura la memoria? Tal vez las angustias de una edad mediana, pero adulta, tengan que ver con esa memoria. Memoria que formatea la mirada. Mirada que compara y juzga.
Y sin embargo sigo mandando a mis hijos a la escuela.
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Interesante. Resulta que al final coincidimos bastante. Final dije? Mmhh. El final de la juventud, je. Me gusto lo de los shoppings y los bancos. Muy bueno. Un abrazo, amigo!