Elogio del ignorar al diccionario

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Cuando iba al colegio primario el diccionario se llamaba “mataburros“, es decir que para “desasnarte”, para saber qué significaba algo que no sabías recurrías a un librito lleno de palabras meticulosamente ordenadas bajo el orden alfabético rabioso como la mejor estrategia de búsqueda de la palabra que debía encontrar. Los libritos más completos además incluían sinónimos, y algunos hasta antónimos. Las enciclopedias se coleccionaban en las bibliotecas en varios volúmenes comúnmente muy vistosos para completar la decoración.

Entre las estrellas de las consultas siempre estaba la lejana e intocable Real Academia Española, donde se supone que los expertos de esta lengua debaten incansablemente para determinar qué palabras pertenecen o no a nuestro idioma.

Que este paisaje está en crisis no es ninguna novedad. Hay razones operativas: viviendo en un país como la Argentina, plagado de anglicisimos, italianismos y otras yerbas la RAE nunca alcanzó. Hay razones de época: en muy pocos años necesitamos muchas más palabras para designar nuevos fenómenos, nuevas tecnologías, y procesos. Hay razones paradigmáticas: cada vez es menos claro que la definición de las palabras pueda estar en manos de la RAE cuando hay tantas personas que saben fuera de la RAE. Por último, hay razones “epistemológicas” cuando se piensa en que muchísimas palabras son especialmente controvertidas.

El ejercicio básico es buscar la palabra “serendipia“, que no existe en el Diccionario de la RAE, “Internet” que define algo que NO ES Internet, o “rock” que es una buena muestra del poco alcance específico de las definiciones.

Las referencias externas basadas en un principio de autoridad académica se fue perforando poco a poco cuando Wikipedia es mucho más preciso en cualquiera de estos términos, y cuando dejamos de lado la idea de que “hablamos bien” cuando hablamos según la RAE.

Luego está el problema académico “puertas adentro”, no hay concepto que no pueda discutirse en términos académicos, por lo que tampoco queda demasiado claro cuál es la definición que logra imponer su presencia en el Diccionario.

Ignorar al Diccionario de la Real Academia Española no es lo mismo que evitar todo tipo de conceptos, ni mucho menos entender lso grados de aceptación de algunos términos para referirse a las cosas. Sin embargo, parece que lo que está fuera del mundo es el criterio de la RAE, en contraposición con la necesidad cada vez mayor de consultar a múltiples fuentes de definición, y sobre las que necesariamente impera el criterio propio.

El problema no son las definiciones, sino el criterio. En este sentido, prefiero ignorar al diccionario.

 

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