Hubo ninguneo oficial frente a los dos anteriores, y hubo organización para el tercero. Polarización extrema entre pros y contras. Insultos por la condición social de los manifestantes. Desde exigencias de renuncia, hasta simples pedidos por que los escuchen. No es cierto que los K son todos vagos o corruptos, como tampoco es cierto que todos los que cacerolearon son ricos. Parece ser más una consecuencia esperable luego de un ciclo que ya lleva 9 años, y que aún pudiéndose aceptar logros y mejorías en algún aspecto, tiene trapos sucios, insultos (personales y a la inteligencia) como también la obsesión por estar a favor o en contra como el modo de reconocer y clasificar a los argentinos.

Este tercer cacerolazo tuvo mayor convocatoria que los anteriores, es difícil sostener que no pasa nada, o que los 40 millones de argentinos están bien. Sin embargo el discurso oficial se mantiene en su 54% y asocia cualquier manifestación a personas antipatrióticas, manejadas por los medios opositores, “esbirros” (gracias Boudou), o simpatizantes de las corporaciones contra las que luchan.

Así, los cacerolazos entran en el mismo conjunto de “enemigos”, ¿conceptuales?, como la inflación o la inseguridad.

La inseguridad se revela al hablar con cualquier persona y sus experiencias. La inflación se revela a través del Congreso porque los que miden no pueden hablar libremente. El malestar de un grupo de gente se revela en los cacerolazos. Esto es todo. Todo lo que en una democracia debería tener amplio espacio, y especialmente escucha por parte de quienes son Gobierno.

Mentions de #cacerolazo y #cac3rolazo tomados de topsy.com

Twitter fue reflejo de esta polarización también. Por supuesto la diferencia es que allí todos son iguales, o al menos las discusiones son más simétricas en términos del poder de los actores. A pesar de ello, la violencia emergió de un modo muy fuerte, tal vez preocupante. Van algunos ejemplos.