El 8N es la política, estúpido

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Que las Naciones-Estado están en crisis como institución no es nuevo, como lo están otras instituciones. En el tranco largo lo explican los postmodernos, y en el corto (cortísimo) lo pone en evidencia un entorno como la Web. Del mismo modo en el que se puede juzgar, por ejemplo, a la música con un simple y liviano “me gusta” o “no me gusta” es otra cuestión.

Sin embargo hay personajes que (hipótesis desordenada) al vivir de ellas buscan mantenerlas a capa y espada sin vislumbrar alguna relación posible-amistosa-razonable-provechosa con otros espacios sociales, o más bien, entornos en los que la gente también está viva, produce experiencias, relaciones, ideas y sentido. Hasta se podría afirmar (con el mismo marco teórico que los defenestran): relato.

La defensa de las instituciones tradicionales frente a los ataques a las garantías que éstas proponen no es el problema. Muy pocos estarían de acuerdo en “menos derechos y mayor culto a dirigentes iluminados” o “menos libertades y más control”

El problema es la centralidad, agravado por la escala. Toda institución centraliza sentidos y conceptos fuertes. Todo comienza y termina en ella. Con respecto a una institución, se está dentro o se está fuera, y su gestión incluye las relaciones con el “estar afuera” En esta lógica, el único diálogo posible también está institucionalizado, es decir, “el otro” también tiene una estructura y también lucha por permanecer.

Quienes viven gracias a ellas han transcurrido un proceso de construcción de habilidades para gestionarlas. Ellos no son todos, y menos aún cuando se trata de un Estado. Pero antes de ser parte de un Estado formaron parte de otras instituciones, y como inicio cuasi-obligatorio han sido actores de los partidos políticos. Los partidos políticos asumen la representación de distintos sectores de la ciudadanía. “Asumir la representación” y “representar” son dos actividades con diferencias importantes.

Se votan partidos, pero hay muchos menos afiliados que votantes. El contrato entre el votante y el partido es débil, al menos para los no afiliados. Cuando un partido asume, además, un puesto estratégico como la presidencia, un puesto ejecutivo donde no hay varios partidos sino uno solo, y además personificado en alguien de carne y hueso, el nivel de representación puede ser alto en un punto dado, y aislado, y jamás fuera del contexto de quienes han participado como competidores. Pero lo más importante, es que esa relación es mayoritariamente débil. Gobernar para todos requiere, entonces, renovar constantemente el contrato. Repasando: los todos son los fans, los del partido, los de otros partidos, y muchos otros.

Si las relaciones siempre son institucionales, son relaciones entre representantes de instituciones. ¿Cómo se relacionan los demás? Los demás no se relacionan.

La Web se convirtió en un vehículo de relación entre las personas que comparten sus ideas, y también sus enojos. Un entorno que no respeta ningún tipo de límite institucional dado que se produce entre personas, no necesariamente intermediados institucionalmente. En definitiva este entorno atenta directamente con el modo de hacer política bajo las lógicas institucionalizadas, y eso es otro problema: se responde a las redes como si estuvieran institucionalizadas y personificadas en sus acciones emergentes. Nada que ver.

Por supuesto que se “opera” en las redes. Siempre me gustó la metáfora de que los operadores son los que encienden un fósforo… pero nada explotaría si no hubiera una fuga de gas. Lo que se gestó este #8N es la fuga de gas. No tengo ninguna constancia comprobada de quienes operaron o no, pero suponiendo que así fue, la fuga de gas está, y es cada vez mayor. La fuga de gas es la política. La política libre, de una libertad tal que posibilita que muchos que no nos conocemos discutamos con muchos otros que no conocemos, y además públicamente.

La explosión depende de la chispa. Y la chispa puede producirse, también, institucionalmente. O buscar otras fugas para ver cuál explosión es más grande. Todas estrategias institucionales. Se puede juzgar livianamente con un “me gusta” o “no me gusta”, encender el fósforo, o crear otra fuga. Pero lo que está claro es que ninguna de estas acciones contribuye a mantener una relación razonable con otro entorno, y menos con ciudadanos que están motivados a actuar libremente y que confirman cada tanto que no son escuchados, porque esa relación formal Estado-Ciudadanos es débil y debe revisarse constantemente. Esa es la política. Esta es la oportunidad de revisarlo. Este es el día para escuchar.

 

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