Ya en una etapa de mi estadía en Salamanca en la que comienza a primar ese extraño fenómeno de transparencia, que hace que las cosas que nos resultaban particularmente interesantes comienzan a pasar desapercibidas por la exposición diaria, se prefigura la rutina que inunda a la ciudad de Salamanca: biblioteca, clases, estudio y trabajo académico.

Convento de San Esteban, Cristóbal Colón discutió su proyecto con los dominicos

Los vítores en las paredes de la ciudad y especialmente en las de la Universidad son como grafitis antiguos que también van transformándose en parte del paisaje. Pero están allí, y sin ánimo de sacralizarlos, hablan de una tradición que fluye entre las generaciones. Tal como se puede imaginar en el convento dominico de San Esteban, la sala en la que ocurrían las discusiones intelectuales de la época tiene en el piso las tumbas de los que antes habían discutido los grandes temas del momento. Uno de los temas fue propuesto por el mismo Cristóbal Colón a su paso por la ciudad, pero el espíritu de la discusión se puede resumir en una frase muy impactante: “los vivos discutiendo en presencia de los muertos“, debido a que todo el piso guarda tumbas. El sentido es muy profundo. Tomar en cuenta a quienes nos precedieron nos multiplica la responsabilidad sobre lo que hacemos.

Parte de América fue pensada en esta ciudad, cuna de derechos del “Nuevo Mundo”: “aquellas gentes todas, y aquellos pueblos de todo aquel orbe son libres”, “no es el hombre lobo para el hombre, sino hombre”, “no es causa justa de guerra el deseo de ensanchar el imperio”.

Salamanca es un viaje en el tiempo a una de las primeras universidades del mundo, nada menos, y con sus altibajos con casi 800 años de vida. 800 años de pensar el mundo con espíritu universal. Eso no ha cambiado tanto.